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3/12/12

EL GRAN IMPERIO DE LOS NORMANDOS (II)

Dada la fuerza real de Inglaterra, es inconcebible que sin gobernantes franceses se hubiera llegado a aquella situación.  La fuerza auténtica de la sociedad francesa no estribaba en las instituciones locales, sino en la capacidad de algunos príncipes franceses de consolidar su autoridad y el afecto y lealtad de sus soldados.  Sin embargo, los triunfos de aquellos capitanes dependían de acertar en el momento de aprovecharse de las oportunidades.  El más grande de todos, Enrique II de Ingleterra, tenía sangre normanda y sangre angevina como fuente inspiradora de sus hazaña, si ben la súbita ampliación de su poder con la anexión del gran ducado de Aquitania al casarse con su reina, Eleanor, en 1152, demuestra su oportunismo básico.  La naturaleza de su gobierno en aquellas tierras no se conoce con tanto detalle como la naturaleza de su gobierno en Inglaterra, aun cuando fue más afortunado y duradero que el de su predecesor, Luis VII, primer marido de Eleanor.  Enrique II estuvo muy pronto en condiciones de desplegar en el continente los recursos el reino inglés, y Aquitania, o por lo menos Gascuña, demostró estar más unida al reino ingles que nunca lo había estado Normandía.  De una u otra forma, los vínculos políticos se mantuvieron por espacio de tres siglos.  Es un hecho que en tiempos de Enrique II el dominio continental del rey absorbía gran parte de su atención, si bien nunca trató mal a Inglaterra.  Atendió a sus asuntos cuando lo requirió el caso, aunque su ordenada administración hizo de aquella parte de sus dominios un lugar menos turbulento que los demás.  El acatamiento que testimonió al rey hizo de ella la fuente obvia de sus reservas.  costaría demostrar que hubo que volcar dinero inglés a espuertas sobre el continente, pero se echa de ver que los ingleses dedicados al servicio del rey se introdujeron en los asuntos de Enrique allí donde eran necesarios, sirviendo a la administración y a sus iglesias en todo el "imperio" y llevando embajadas regulares más allá de sus fronteras, a España, Sicilia, Roma y Alemania, aparte de fomentar contactos con Irlanda y Escocia.  No es de extrañar que los cronistas ingleses de esta época tengan un horizonte más amplio que sus contemporáneos de otras tierras.
Los registros históricos de los letrados, como la necesidad de escribas profesionales para el servicio del rey, señalan los inevitables contactos de la monarquía inglesa con los eruditos y, por consiguiente, con las comunidades religiosas de la cristiandad.  La institución de nuevas escuelas y estudios en el norte de Francia durante el siglo XII atrajo particularmente a muchos estudiantes ingleses, a los que pertrechó para servir a una sociedad como la inglesa, constantemente necesitada de funcionarios metódicos, dedicados e incluso patrióticos.  Es una realidad que los obispos ingleses mantenían cuerpos de clérigos cultos, sobre todo porque muchos obispos de Inglaterra poseían cabildos monásticos mal equipados para tratar de los asuntos especiales de los obispos.  El personal  de los obispos de estas diócesis tenía que ser forzosamente independiente de sus cabildos.  Los señores laicos también valoraban los servicios de hombres entrenados en las escuelas.  La cultura ya no era monopolio de los clérigos.  Sobre todo era el rey el que requería sus servicios.  El primer canciller de Enrique II, Thomas Becket, se había formado en la escuela de Bolonia y como archidiácono de Canterbury, era el responsable de administrar los intereses legales del arzobispo de su diócesis.  Sus servicios a Enrique II eran en realidad los de un factótum.  Dos funcionarios reales, dondequiera que hubieran recibido su formación, debían ser capaces de aplicar sus conocimientos en la redacción original de informes sobre cómo funcionaban realmente los tribunales de justicia y la hacienda real: el Dialogue of the Exchequer de Richard  fitznigel y el Treatise on the Laws and Customs of the Kingdom of England, antiguamente atribuido al alto funcionario judicial Ranulf Grlanvill, que demuestran que, en Inglaterra, los avances en la enseñanza podían ser rápidamente adaptados a propósitos prácticos.  El clero como tal tuvo un importante papel en la administración real, aunque sin cambiar su función básicamente secular.  Sería injusto mofarse de sus alegaciones de servir a un fin que estaba más alto que el rey, puesto que se mantuvieron fieles a las normas eclesiásticas, si bien consideraron generalmente que también el rey tenía un papel que desempeñar en las cosas de Dios y nunca dudaron en fomentar, consecuentemente, los intereses reales.  Si en ocasiones sus actitudes nos parecen excesivamente seculares, sus colegas laicos también podrían ser tildados de ser santurrones, y ello es porque nuestras categorías difícilmente se acomodan a su época.

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