Antes de que los historiadores se
interesasen en la Edad Media, ya los anticuarios habían empezado a coleccionar
las reliquias del pasado medieval: manuscritos, privilegios y objetos religiosos
posteriores a la Reforma; pruebas de genealogías antiguas; viejos edificios
levantados a la gloria de nobles
familias. Estos anticuarios no eran
meros coleccionistas, sino también estudiosos del pasado. Su esfuerzo tuvo como
resultado la publicación de mucho material útil (parte del cual se ha
perdido desde entonces) y la preparación de manuales indispensables, como el “
Arte de establecer fechas” o el “ Diccionario de latín medieval” de Charles Du
Cange, y el inicio del estudio del inglés antiguo. La singular contribución de estos estudiosos se
inició antes que la de los historiadores
y se inspiró en otras fuentes, lo que hace que los estudios medievales sigan
marcados con el doble signo de su origen dual. Si en alguna ocasión los
historiadores han sentido flaquearse interés en la Edad Media,
los archiveros, los arqueólogos, los estudiosos de la heráldica, los
numismáticos, los paleógrafos y otros no
han visto menguar su adhesión a lo medieval. Los objetos medievales exigen
atención, se considere o no “importante” el período al que pertenecen.
La labor de los anticuarios se inspiraba en el deseo de rescatar ciertas cosas del celo destructor
de los reformistas religiosos. La disolución de monasterios en Inglaterra
destruyó o dispersó los tesoros
acumulados en ellos por espacio de muchos siglos. Sólo en ellos se había
fomentado la voluntad de conservar por lo menos algunos objetos considerados
preciosos, pese a tener varios siglos de antigüedad. En pocos años, aquellas
antiguas casas que custodiaban tesoros fueron expoliadas bajo la mirada de
aprobación de aquellos que se consideraban a sí mismos y a sus creencias muy por encima de los monjes y de las
creencias que éstos tenían .Esta arrogancia no fue considerada vandalismo en
aquel momento, sino manifestación de cultura. Pero bastó el paso de una
generación para que cambiara la actitud.
Ya estaban apareciendo unos pocos dispuestos a volver la vista atrás, a
lamentar el pillaje y a salvar alguna cosa, no ya como “antiguos creyentes”
sino como la indefinida sensación de que podía perderse algo para la crónica de
la humanidad sólo por una atolondrada adhesión a las modas intelectuales del
momento.
En los países católicos, la
destrucción causada por los disturbios fue
menor .El Concilio de Trento (1545- 63) restableció la fe en gran parte
de la tradición católica y hasta los monjes recuperaron la conciencia de su
identidad. En Francia, los llamados
maurinos en particular, utilizaron los recursos de las antiguas bibliotecas
monásticas que sobrevivieron a las
guerras de religión (1562 – 98) para
sentar los cimientos de la erudición medieval . Jean Mabillon
(1632-1707) aprendió a leer los
documentos antiguos de la orden benedictina y publicó las reglas para probar la
autenticidad de los registros medievales, además de publicar textos y escribir
la historia de su orden. Los jesuitas
comenzaron a comprobar las
historias de los santos a través de un estudio serio de los textos. En toda
Europa occidental, los estudiosos
empezaron a publicar narraciones y documentos relacionados con el período
medieval mucho antes de que los historiadores se propusieran abordar parecida
empresa. El gran Edward Gibbon ( 1737 – 94) fue el primero en escribir una importante historia medieval y , hecho
significativo, trataba del ocaso del imperio romano. Aprendió la técnica a través del estudio de la historia antigua y
su obra se caracteriza por su intolerable aire de condescendencia en
relación con la Edad Media. Su estudiado
escepticismo con respecto a las virtudes de la religión, característico de la
Ilustración, impidió que tanto él como sus contemporáneos penetrasen en el
corazón de la sensibilidad medieval.
Las certidumbres de la filosofía
fueron barridas por las escuelas de la
Revolución Francesa y no fue hasta la generación siguiente que los
historiadores emprendieron por vez primera el estudio en serio y por su cuenta
de la Edad Media. El fracaso manifiesto de la mente racional del hombre moderno
para corregir los errores acumulados a
lo largo de siglos de ignorancia y la
imposibilidad de encontrar soluciones puramente racionales de problemas humanos
merecedoras de aprobación general
condujo a los historiadores a retroceder y a estudiar períodos en los que las profundidades no racionales de la mente
humana parecían más evidentes. Ya no se veía la religión como una trama ilógica de propuestas intelectuales,
sino como la expresión de las experiencias emotivas más profundas en el hombre. Muchos consideraban que valía la pena tratar de restablecer el orden europeo de acuerdo con las verdades
anteriores al racionalismo, particularmente la
iglesia y la monarquía, por lo que el estudio del pasado y los orígenes
del mundo europeo propiamente dicho exigían investigación. En Alemania, donde
Napoleón había provocado un renacimiento nacional, el deseo comprensible de
redescubrir el remoto pasado
germánico antes de que las modas
francesas hubieran corrompido las cortes
principescas alemanas, llevó a los
historiadores hasta la Edad Media. Los héroes de los tiempos primitivos,
que también habían derrocado un gran imperio al otro lado del Rin, volvían a tomar posesión de lo que era
suyo. Los alemanes medievales no habían sufrido la humillación de tener que aceptar las
cargas del imperio cristiano; los alemanes del siglo XIX bebían en su pasado medieval para poner en
marcha su función civilizadora. Los estudios medievales, emprendidos con
entusiasmo en Alemania, se hicieron rápidamente populares en todos los países
de occidente, donde los invasores alemanes habían derribado alguna vez las
barreras imperiales. Estos “bárbaros”
eran descritos como hombres virtuosos que combatían la corrupción y decadencia
de Roma, renovaban la estirpe de Europa y
sentaban las bases de las naciones que
más adelante constituirían la Europa
moderna. Ahora resultaba que los inicios
de la Edad Media lo debían todo a la benéfica purga realizada por aquellos héroes. No había razón para deplorar el saqueo de
Roma porque el ansia de sangre del
imperio había sido castigada por el
cobro en especies. Así pues, la cultura
latina, opresiva y elitista, perdió aquellas virtudes que habían visto en ella
los contemporáneos de Gibbon. Para poder
entender la verdadera naturaleza de los
pueblos germánicos era preciso estudiar la Edad Media.
Los tiempos de la Revolución Francesa y del período romántico inspiraron también un nuevo interés en las antiguas lenguas y literaturas nacionales, que habían
florecido en la época “medieval”.Las obras literarias carecían de una información histórica evidente, pese a
ofrecer atisbos de las culturas del
pasado sin mostrar unos prejuicios eclesiásticos Los europeos , movidos por sus
lecturas de poesías y leyendas heroicas,
no sólo comenzaron a formarse un idea
diferente del barbarismo medieval , sino
que incluso concibieron un nuevo programa de educación masiva en la que tenían
un papel fundamental las lenguas vernáculas de Europa, que , tras cobrar
realidad en nuestra época , han desposeído la tradición clásica de una influencia sobre la educación que databa de siglos. Las literaturas e
historias nacionales de los estados europeos han pasado a ocupar el puesto de
la literatura clásica. Ha habido varios estados europeos que han experimentado un “renacimiento” político gracias a sus
orígenes medievales y sus preocupaciones nacionalistas actuales han forzado a
los estudios medievales a encontrar las fuentes de la inspiración nacional con
propósitos educativos.
Los entusiasmos de los adeptos
han alimentado años de laboriosas investigaciones del pasado: los problemas que
plantea la interpretación de los registros medievales, la preparación de nuevas
ediciones de crónicas y cartas constitucionales y todas las incontables pero
necesarias obras de bibliografía, diccionarios y atlas. Ni siquiera hoy los estudiosos medievales han
conseguido atrapara los clasicistas, que les llevaban casi cuatro siglos de
ventaja. A mediada que iba progresando la apreciación del pasado medieval, se
ha visto que el contraste entre germanistas y romanistas era exagerado y
desorientador. La Edad Media no fue una
batalla entre hombres de diferentes raza y cultura y ni los romanos eran tan
corrompidos ni los germanos tan
ejemplares como pretende la leyenda.
El estudio de la Edad Media, así
como de la literatura, arte y arquitectura medievales, no pueden escapar tan
fácilmente de ese capullo tejido a su alrededor en la época romántica. Los
estudios de esta época han contribuido a
crear el tipo de mundo cultural que todavía seguimos aceptando, con su afición
a lo primitivo, lo exótico, lo exaltado y lo emotivo. Autores tan próximos a
nosotros en el tiempo como Voltaire o Gibbon encontrarían inaceptable nuestra
afinidad con la imaginación romántica, que sustenta nuestra idea de la Edad
Media como un terreno donde reina el misterio, la imaginación y la grandeza. La Edad Media de Walter Scout, Richard Wagner, Emmanuel
Viollet- le Duc, los hermanos Grimm,
John Ruskin o William Morris,
pese a todos sus defectos, nos indican
ineludiblemente un camino que retrocede hasta su inspiración medieval
original. Los que siguen estas directrices y tratan de llegar a un acuerdo con
la Edad Media quizás escapen a las interpretaciones románticas, pero seguirán siendo deudores del Romanticismo en lo que se refiere al
deseo de redescubrir un mundo
entendidote manera errónea. La Edad Media sólo “existe” en la imaginación moderna como lugar apropiado
para que la mente humana explore su propio potencial, puesto que en la Edad Media
la educación no había sometido las ideas
de la mayoría a los ideales arbitrarios de unos pocos. Hubo muchos que ocuparon puestos influyentes pese a
carecer de educación, lo que demuestra en cierto modo que la imaginación humana
descarriada disponía de más oportunidades de afirmarse.
En este sentido, no cabe la
posibilidad de establecer unos límites a la Edad Media en lo que se refiere al
tiempo ni al espacio, ya que éstos sólo pueden ser fruto de la imaginación
histórica. El concepto, inspirado tal vez en determinados rasgos peculiares de
una fase del pasado europeo occidental, se ha
trasladado a culturas totalmente diferentes, como la de Japón. La onda
expansiva del impulso romántico moderno nos conduce a lo desconocido y su
inspiración extraviada puede también
explicar las grandes variaciones de interpretación que ofrece la “verdadera” naturaleza de la Edad Media. El
atractivo que ejerce el mundo antiguo en la sensibilidad moderna se ha
manifestado a través de la literatura: Homero, Virgilio o la Biblia. El
atractivo de la Edad Media ha sido menos coherente, y se parece más bien a la
fascinación que ejerce una isla fabulosa sobre sus visitantes, los cuales encuentran en ella algo que colma sus
fantasías y regresan con descripciones diferentes de aquella misma cosa que han contemplado. Para
algunos es una época de fe, para otros un tiempo en el que florecieron los
artesanos y la opresión feudal, para
otros más una sociedad primitiva en cierto modo galvanizada y que encierra el
secreto de la preeminencia europea de la época moderna, secreto que , de haberse conocido, quizás
habría permitido que otras sociedades primitivas “despegaran” a su vez.
Explorar más de mil años de la historia de Europa sigue siendo como escudriñar
un desván con la esperanza de encontrar un tesoro fabuloso, porque la idea de
descubrir secretos ocultos y extraordinarios misterios continúa siendo un
aspecto ineludible de la Edad Media.
La definición del período
medieval aceptada abarca unos hechos que se sitúan entre el derrumbamiento del
imperio romano de occidente y el
descubrimiento marítimo del resto del mundo después de 1490, es decir, el período que se inicia
con la invasión del imperio por parte de
los “bárbaros” y termina con la invasión de América y Asia hecha por los” europeos”.Nadie consideraría a
estos invasores europeos más”
civilizados” o menos “bárbaros” que sus antepasados de un milenio atrás, si
bien es evidente que eran pueblos diferentes en lo que se refiere a objetivos y
a ideales, puesto que éstos ya habían conocido grandes azares de la suerte y se
habían aprovechado de los mismos.
El enfoque europeo occidental
involucrado en la tríada” antiguo, medio , moderno” desdibuja la imagen del
imperio romano con base en Constantinopla y oscurece la del Islam, pese a que,
según los conceptos mundiales vigentes, los imperios de los griegos y de los
musulmanes de este período merecen atención como potencias mundiales,
mientras que los estados medievales de
Europa no la merecen. El período medieval no parece término justificable
aplicado a Constantinopla y Bagdad,
puesto que sus respectivas historias se distorsionan inevitablemente
cuando uno quiere encajarlas en las categorías occidentales. Sin embargo, mejor
así que dejarlas totalmente al margen, puesto que, si tenemos en cuenta su
coexistencia con la Europa medieval,
este hecho nos ayuda a evitar engañosas simplicidades aun creando complicaciones para los
historiadores. Pocos ha habido – en el supuesto de que los haya habido
realmente – y pocos habrá – dadas las circunstancias previsibles- que estén
suficientemente familiarizados con las tres culturas en cuestión para poder
describir su interacción conjunta sin
parcialidades. Los pertrechos de erudición necesarios hacer justicia a
todas las comunidades occidentales ya son de por sí bastante elaborados para
que , encima, haya que añadirles la carga extraordinaria de las lenguas
europeas orientales y las diferentes tradiciones del Islam y de Oriente. La
Edad Media debe ser aceptada como un concepto cultural básicamente del occidente europeo, concebido
en una fase de su historia en la que
estaba tratando de concordar con su pasado. Sin embargo, para los hombres que vivieron en tan
turbulenta época, Europa occidental no
era una región favorecida y aislada de
influencias hostiles. Por el contrario, era muy vulnerable a los ataques y
reconocía su situación de inferioridad frente al imperio romano de
Constantinopla y a la civilización islámica del sur. De ahí su preocupación en
insistir en la pureza de sus prácticas
religiosas, ya que en este campo era invulnerable. Hablar de la Edad Media como
si el período tuviera una coherencia definible tiene que crear unos efectos
distorsionadores no tan sólo para el resto del mundo sino también en mil años de importantes hechos y cambios
espectaculares. La Edad Media no puede considerarse homogénea, puesto que cada
siglo exige el reconocimiento de su propia individualidad.
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