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21/7/13

MISIONEROS ENTRE LOS MONGOLES

Las nuevas órdenes religiosas, a diferencia de las antiguas, se proponían influir en aquellos que estaban fuera del ámbito de la Iglesia y convertirlos. Donde fueron más resonantes sus éxitos fue en las ciudades florecientes en las que era posible levantar enormes iglesias, ideales para la predicación, que han subsistido en muchos lugares. Con todo, es indudable que su máximo logro fueron las sorprendentes misiones que realizaron fuera de la Cristiandad. Antes de 1239 los dominicos habían llegado a tierras situadas al este del Volga medio. Diez años más tarde, Andrew de Longjumeau había llegado a Tabriz. Aproximadamente durante cien años hubo dominicos en Asia central, en la India y en Samarkanda; en este mismo período los franciscanos llegaron hasta Pekín, la capital del imperio mongol, donde establecieron un obispado.  Esos misioneros, que se encontraban tan lejos de su base, poseían una fe y un valor extraordinarios. Es evidente que no eran los únicos cristianos que se aventuraron tan al este o que se decidieron a llevar sus vidas a su antojo. En la China se encontraron con cristianos nestorianos y se desconoce el número de los cristianos que llegaron a Asia conducidos por líderes mongoles después de sus incursiones por Europa. La visita de mercaderes venecianos, hermanos de Marco Polo, a la corte del Gran Khan (1275) demuestra que había intrépidos europeos capaces de realizar tan largo viaje por motivos que nada tenían que ver con la salvación de las almas cristianas. Los tiempos, aunque inseguros, eran propicios en occidente y la presencia mongola en Asia fue uno de los factores que contribuyeron a que así fuera.
La primera vez que los mongoles entraron en la Cristiandad fue en 1237 cuando, aventurándose más allá de las estepas de Asia central, fueron a parar a la Rusia de Kiev y destruyeron sus grandes ciudades comerciales. Guiados por su líder Batu, nieto de Gengis Khan, siguieron adentrándose en Europa, donde se enfrentaron con una gran fuerza militar en Legnica, silesia, en 1241, a la que derrotaron.  Tan sólo la muerte del Gran Khan Ogedei en Asia central disuadió a Batu de seguir avanzando. Tuvo entonces que retirarse para resolver los problemas de sucesión al kanato y el hecho es que ya no volvió nunca más. Pero el Papa Inocencio IV estaba tan impresionado con la llegada de una fuerza tan poderosa, todavía no comprometida con el Islam, que envió a Giovanni Carpini tras los mongoles hasta el interior de Asia para proponerles una alianza (1245-1247).  Aquella iniciativa fue renovada unos cuantos años más tarde por Luis IX, que, desde su posición ventajosa en Tierra Santa, veía la oportunidad de dedicarse a los mongoles.  Su mensajero, Guillermo de Rubruck, como su predecesor Carpini, terminó por regresar y sus informes sobre los mongoles animaron a muchos otros a hacer el viaje hasta el otro lado de los puertos crimeanos de la colonia genovesa y de allí al otro lado de la estepa, llegando hasta Pekín si se hacía necesario.  Durante más de dos generaciones, hasta que el khan de Persia aceptó el Islam en 1300, el poder mongol del Asia central se presentó ante los cristianos como una razón más para la esperanza, particularmente después de que los mongoles destruyeran el califato de Bagdad en 1258 y desencadenaran la furia del líder mameluco Baybars, quien de hecho los derrotó en Siria en 1260.
Esta derrota posiblemente convenció a los cristianos de que, como potenciales aliados, seguramente los mongoles no eran muy valiosos.  A finales de siglo, los mongoles más accesibles al oeste habían llegado a un acuerdo con el Islam.  Con la aceptación de aquella religión consiguieron preservar su dominio en el Asia central, pero la gran unidad de su imperio no sobrevivió a la muerte del Gran Khan Mongke e 1259.  Los mongoles de China (la dinastía Yuän) y de Persia (la dinastía II Khan) por lo menos contaban con las tradiciones nativas del gobierno para que les sirvieran de ayuda.  Con los kanatos de Chagatay y de la Horda de Oro los mongoles conservaron su estilo de vida nómada, si bien fueron capaces de mantener a pueblos vecinos, como los rusos, en un estado de sujeción gracias a la capacidad que tenían de infundir miedo.  Sin embargo, como no aprovecharon la oportunidad para desarrollar un tipo de sociedad más estable por sí mismos, el hecho de que se volviera la tortilla no podía ser sino cuestión de tiempo porque, mientras ellos persistían en sus tradiciones, algunos de sus vecinos se vieron obligados a evolucionar al objeto de proteger sus propios valores e intereses.  En el último tercio del siglo XIV, el líder de II Khan, Timur, hizo varias incursiones en el Asia occidental y acabó por ocuparla totalmente -incluido el imperio reunido por los turcos otomanos-, de la misma manera destructiva empleada por sus predecesores un siglo y medio atrás. Sin embargo, a diferencia de ellos, su imperio no sobrevivió ni una generación siquiera después de su muerte en 1405.  Los otomanos, por ejemplo, fueron lo bastante rápidos para recuperar su posición y tuvieron suficiente osadía para atacar a la misma Constantinopla en 1422.  No debemos permitir, no obstante, que las cualidades negativas de los mongoles oscurezcan su importancia histórica. En todas partes arrasaron como el fuego en el bosque, pero la renovación de su crecimiento, al producirse, trajo consigo nuevo vigor.