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30/9/12

EL RESURGIMIENTO DEL IMPERIO DE ORIENTE (II)

Sin embargo, en oriente el imperio todavía desempeñaba el papel de defensor y, en este estadio, entraba en su fase más gloriosa.  Se había salvado de los persistentes ataques de los musulmanes gracias al emperador León III (717-741) y a su sucesor Constantino V (741-775), que también se había vuelto contra los búlgaros y los había obligado a pedir la paz (774).  Pero su dinastía, los Isaurios, era también la responsable de la controversia iconoclasta que se había desatado en la Iglesia en torno a la veneración de las imágenes (726), que no sólo provoco la hostilidad popular y monástica dentro del imperio sino que creó dificultades con el papado, lo que hizo que durante este período los francos "usurparan" el poder imperial en Italia.  Cuando, en el 842, fue restaurado el culto a las imágenes, el imperio occidental, pese a no estar a la altura de lo prometido al principio, había adquirido respetabilidad.  Con el emperador Basilio I (867-886), el imperio de Orienta cayó en manos de la afortunada dinastía macedonia, que gobernaría durante casi dos siglos (867-1058).  El mayor logro de la dinastía en occidente, conseguido por Basilio II (emperador entre el 976 y el 1025), fue el dominio sobre los búlgaros, que habían manifestado sus ambiciones en los Balcanes nada menos que en el siglo VII.  En el 811 habían salido de su colonia original en la cuenca del Danubio y habían invadido la Tracia imperial llegando hasta Constantinopla, donde mataron al emperador Nicéforo I en una batalla.  Durante el siglo IX su imperio se expandió hasta Macedonia, donde amplió el número de sus vasallos con nuevos eslavos.  Gradualmente los búlgaros fueron abandonando su lengua y se convirtieron en un pueblo de lengua eslava.  Más o menos en esta época la iglesia griega, bajo el patriarca Pothius aceptó el deber de enviar misiones para convertir a los paganos de los Balcanes, situados más allá de las fronteras del imperio, y ya que el cristianismo se estaba difundiendo entre los eslavos, los búlgaros temieron perder el dominio que ejercían sobre ellos a menos de convertirse también ellos en cristianos.  Después que el emperador griego hiciera un impresionante alarde de fuerza naval del imperio, los búlgaros analizaron la posibilidad de ser cristianizados por occidente.  Pese a ello, los búlgaros fueron cristianizados en el 864 por la iglesia oriental, aunque el hecho no comportó una dócil sumisión a la autoridad del emperador y el patriarca.  El líder de los búlgaros, Boris, obtuvo de Constantinopla, preocupada por sus negociaciones con Roma, la provincia eclesiástica semiautónoma a la que aspiraba para su puebloy, pese a la creciente influencia de la cultura griega en sus tierras, los búlgaros siguieron siendo capaces de defender sus propios intereses.  El hijo pequeño de Boris, Simeón, que gobernó desde el 893 hasta el 927, consideró justificado atacar el territorio del imperio en el 894.  Los griegos llamaron en su ayuda a los magiares, lo que hizo qu eSimeón tuviera que llamar a los Petchenegs, los cuales repelieron a los magiares en dirección oeste hacia la llanura del Danubio, separando con ello los eslavos del sur de los de Moravia.  Simeón derrotó entonces a los griegos  y firmó la paz a cambio de un tributo anual (896).  Más adelante, aprovechado la crisis de Constantinopla cuando en el puesto de emperador sólo había un niño, Simeón intentó hacerse con el imperio (913) y, ya que no esto, por lo menos consiguió ser coronado "basileus" de Bulgaria y la promesa de convertirse en suegro del emperador niño.  Con todo, sus planes no se realizaron y no pudo ser aquel poder que dominaría Constantinopla y ni sus conquistas territoriales en los Balcanes ni el establecimiento de un patriarcado independiente debilitaron la decisión que había tomado Bizancio de burlar sus pretensiones.
Después de su muerte, sus sucesores no pudieron mantener la cohesión del estado búlgaro y la deslealtad anidó incluso dentro de la propia iglesia, puesto que se desembocó en la herejía de los bogomilos.  

29/9/12

EL RESURGIMIENTO DEL IMPERIO DE ORIENTE (I)

El período que sigue al derrumbamiento del imperio carolingio en occidente -desde mediados del siglo IX en adelante- a menudo ha llamado la atención de los observadores por su carácter particularmente depresivo debido a haber traicionado de una manera tan brusca y tan rápida las esperanzas generada por los más destacados miembros de la familia carolingia.  Sin embargo, en realidad, la recuperación de Europa no se consiguió gracias a ningún régimen imperial sino gracias a la capacidad de las autoridades locales de consolidar sus propias economías y sociedades hasta el punto de poder ser defendidas contra insistentes depredadores.  Juzgado desde este punto de vista, este período debe verse como una época de resultados muy positivos.  A principios del siglo XI Europa se había convertido en una comunidad de pueblos reconociblemente estables y que ya no estaban sujetos a las convulsiones provocadas por oleadas de invasores o por disensiones internas.  Los mismos nórdicos, al convertirse, se asimilaron a la Cristiandad.  Los magiares, por su parte, situados en la periferia, fueron repelidos con más fuerza, lo que hizo que optaran por abandonar su vida nómada y dedicarse a la agricultura en las deshabitadas tierras de Hungría.  Hasta los mismos sarracenos de occidente hicieron marcha atrás: en la Provenza fue desmantelado su nido de piratas, mientras que en España y Sicilia los días del gobierno islámico estaban contados.
Los poderes cristianos no eran directamente responsables de esta situación, pero ya se estaban preparando para beneficiarse de ella en el momento oportuno.  Los europeos ya no estaban a merced de los conquistadores extranjeros, ya que se habían encontrado los medios para defender sus territorios de occidente sin un emperador aunque por lo menos Carlomagno había mostrado el camino a seguir y, según la leyenda, brindado inspiración política para el futuro.

28/9/12

LOS VIKINGOS (III)

La resistencia opuesta por el propio imperio puso freno a la capacidad de los líderes rusos de rebelarse sin traba alguna y es indudable que contribuyó a que organizaran la extensa zona que tenían a su disposición.  Cierto es que, cuando los suecos irrumpieron en la red del río nórdico y la entroncaron con el Báltico ya debían de existir unos vínculos comerciales a través del río con el sur, particularmente Volga abajo, a lo largo del territorio de los Jazars y al otro lado del mar Caspio para el contacto con Bagdad, pero también Dnieper abajo hasta el Mar Negro. La facilidad de los pueblos bálticos en el medio acuático les permitió explotar rápidamente el sistema existente.  Los musulmanes habían penetrado en los bosques nórdicos para aprovisionarse de esclavos, pieles, cera y miel, y tanto las poblaciones de eslavos que vivían en los bosques como entre los jazars se habían ido constituyendo depósitos con fines comerciales.  Los jazars establecieron un estado en la parte inferior del Volga alrededor del 700, que un siglo más tarde se convirtió al judaísmo.  Pero los eslavos a lo largo del Dnieper es probable que estuvieran mal organizados políticamente en el momento de llegar los nórdicos.  La agricultura se practicaba muy poco y las ciudades que había eran básicamente focos comerciales fortificados.  En el momento de llegar los nórdicos seguramente tomaron rápidamente el mando, ya fuera a petición de los que necesitaban sus servicios militares, ya fuera porque ellos mismos se impusieron.  Los que capitanearon el asalto a Constantinopla desde Kiev en el 860 eran nórdicos y no tuvieron que pasar muchos años para que el mando de la ciudad pasara a Oleg de Novgorod, quien unificó todas las ciudades del sistema fluvial Volhod-Lovat-Dnieper.  Así fue cómo los nórdicos establecieron su comunidad política más permanente fuera de Escandinavia.  Los descendientes de Oleg, los Rurikovitch, gobernaron en Rusia durante siglos.  Sin embargo, a mediados del siglo  sus nombres ya eran eslavos, puesto que fueron asimilados por la densa población local.  Antes de ocupar Bulgaria y de convertirse al cristianismo había atacado y destruido a los jazars, sus rivales comerciales del sur.  Sin embargo, hasta la importación de la cultura griega no se comienzan a tener datos fiables de sus actividades.  Como era inevitable, en aquella época sus hazañas más osadas ya habían tocado a su fin. Como pueblos establecidos y organizados, con un obispo metropolitano propio en Kiev (a partir de 1037), la primera ciudad rusa, tenían que habérselas constantemente con los amenazadores Petchenegs, que se aprovechaban de los vínculos rusos con Constantinopla.  Hasta el 1091 no fueron aplastados por el emperador de oriente.   Con todo, desde 1055, las ciudades de la órbita de Kiev sufrieron las acometidas de enemigos exteriores y las rivalidades internas, que impidieron sus prosperidad en una época en que los europeos occidentales volvían a encontrar los caminos del Mediterráneo.
El mismo mundo báltico se doblegó a los efectos de la monarquía cristiana, a la extinción de la iniciativa vikinga y al cese de aquellas incursiones que habían esclavizado a los hombres enviándolos a los mercados de oriente a través de las aguas rusas.  La era de la superioridad nórdica sin rivales había tocado a su fin.  La historia había cambiado de rumbo y los bárbaros de Europa se habían convertido al cristianismo o se habían dispersado, por lo que la Europa cristiana ya podía embarcarse en otras empresas.  Los propios rusos no se habían librado de los efectos de la última migración de pueblos a través de Asia, la de los mongoles, pero en lo que al resto de Europa se refería, las migraciones de pueblos, que habían causado tantos problemas durante seis siglos, habían llegado finalmente a su punto final.

LOS VIKINGOS (II)

La colonización noruega de Irlanda en la segunda mitad del siglo IX no era simplemente la consecuencia del realismo político de los noruegos.  Debido a unas circunstancias cambiantes en Escandinavia -después de las incursiones danesas en el Mar del Norte y en el canal- el mudo escandinavo, desde el punto de vista económico había dejado de ser cerrado, sin ciudades ni comercio.  Las incursiones procuraron a Escandinavia un cuantioso botín, aparte de esclavos, que podía ser intercambiado en emporios como Hebedy, en Schleswig, y Birka, al oeste de Estocolmo.  Los suecos, pueblo congregado alrededor de las orillas del lago Mälaren, ya estaban expandiendo sus actividades al otro lado del Báltico, en Curlandia, y a través del golfo de Finlandia hasta el lago Ladoga.  A lo largo del siglo IX, estas embestidas hacia el interior se propagaron a través de las vías fluviales rusas, lo que permitió a los varegos (término genérico para los escandinavos) ir hasta el Mar de Azov (839) e incluso hasta Constantinopla (860).  Estos mercaderes-guerreros parece que asumieron el liderazgo político delas grandes ciudades que encontraban a su paso, incorporando a una única red comercial y política las colonias situadas entre las principales ciudades, Novgorod al norte y Kiev al sur.  El Báltico, pues, dejó de ser un callejón sin salida en el aspecto económico y más bien trasladó el comercio de un extremo a otro de Europa mientras el continente era víctima del abrazo "vikingo".  Las vías marítimas del norte y del sur, conectadas por la presencia varega en tierras eslavas, transportaban los recursos del mundo islámico que las conquistas de los árabes durante el siglo VII habían negado durante tanto tiempo a occidente.
Los "rusos"no atemorizaban menos a Constantinopla en el 860 que sus colegas nórdicos del mundo carolingio, pero el imperio de oriente salió mejor parado de sus tratos con estos piratas, de los que estaba territorialmente separado por otros pueblos.  Pero si los piratas no se salieron con la suya, por lo menos consiguieron arrancar unas concesiones comerciales en el 907, momento en que el príncipe Oleg apareció delante de Constantinopla con una gran flota y a través de un tratado estableció estrechas relaciones comerciales con el imperio oriental.  Eran suministradores de peles yd e miel de los bosques septentrionales, pero el tráfico principal se hacía con hombres: esclavos recogidos en cualquier punto dela gran red vikinga y valiosos marineros y soldados que hacían trabajos auxiliares en las campañas imperiales.  La renovación de las hostilidades en el 941 acabó redundando en perjuicio de los rusos, ya que el imperio había potenciado considerablemente su fuerza militar en aquel intervalo.  En el 968 el emperador Nicéforo no tuvo inconveniente en llamar a los rusos para que trataran con los búlgaros, mientras él se dedicaba a Siria.  Sin embargo, su líder, Sviatoslav, que por aquel entonces también había aniquilado a los Jazars (utilizados por los griegos para reprimir a los rusos), aspiraba a extender su influencia hacia los Balcanes y a pasar por alto a sus enemigos más serios, los Petchenegs, situados en el Dnieper inferior.  El emperador Tzmisces (Juan I, 969-976) no quería tener a los rusos como vecinos y los obligó a volver y a enfrentarse con los Petchenegs (971).  Sin embargo, como auxiliares disciplinados, los rusos resultaban indispensables, por lo que Basilio II, en un momento desesperado del año 988 los llamó en su ayuda; a partir de entonces, los soldados varegos, reclutados regularmente entre los nórdicos, figuraban entre los mejores de los regimientos imperiales.  El príncipe ruso Vladimir de Kiev obtuvo como recompensa por su alianza a la hermana de Basilio como esposa, a condición de aceptar el cristianismo para él y su pueblo.  En algo más de un siglo el imperio había atraído a los rusos a su esfera cultural y obtenido de ellos valiosos servicios, pese a que no fue sin que mediaran problemas.  Así y todo, el imperio no sufrió nunca tantos percances como los pueblos de occidente.

LOS VIKINGOS (I)

Las actividades de los daneses durante el siglo IX no estaban inspirad en modo alguno por sus propios reyes.  Los piratas que bajaron hasta el imperio carolingio y hasta una igualmente atractiva Inglaterra lo hicieron como bandas de aventureros, probablemente a las órdenes de señores locales establecidos, más que formadas por hombres asociados.  El señuelo que los movía era el botín; sólo tardíamente se dedicaron a realizar incursiones mientras invernaban en los países que saqueaban.  Si esas experiencias los indujeron a pensar en establecerse, sólo se decidieron a hacerlo cuando sus enemigos supieron reprimir su avance librando victoriosas batallas.  Las dotes de los daneses estaban representadas por su denuedo y por sus magníficos barcos.  Su masivo afincamiento en Inglaterra demuestra, sin embargo, que esos piratas podían convertirse en agricultores o que llamaban a agricultores de sus tierras de origen, lo que prueba también que en Escandinavia había una necesidad de más tierras o quizás una cierta presión demográfica que obligaba a sus gentes a buscarse la vida en otra parte.
Parece cierto, por lo menos, que de Noruega ya salieron gentes que se dirigieron hacia el Atlántico y, a través de él, hacia las islas del norte de Britania nada menos que a principios del siglo VII.  Un siglo más tarde, el movimiento colonizador había llegado a las islas Feroe.  A mediados del siglo IX, había gentes noruega que habían organizado un señorío en Orkney, desde donde hubo varios colonizadores que irradiaron hacia Islandia en dirección norte (860) y, en dirección sur, a través de las Hébridas, hacia Man e Irlanda, donde establecieron colonia en Dublín (836) y Limerick.  Sin embargo, los noruegos encontraron en Irlanda unas tierras ricas cuyos ocupantes les ofrecían resistencia.  Al breve período dedicado a la conquista siguió otro en el que se lanzaron a ocupar ciudades clave de la costa, desde las cuales podían controlar el comercio exterior.  Aunque los noruegos no tenían en su tierra natal ciudades ni tampoco comercio, como colonizadores se adaptaron a las nuevas circunstancias y se convirtieron en los fundadores de los puertos medievales de Irlanda.  Desde allí se dedicaron a explorar las tierras situadas más al sur, en el 844 aparecieron como piratas en Lisboa y Sevilla y, alrededor del 860, protagonizaron otros ataques a España.

LAS INVASIONES DANESAS EN INGLATERRA (II)

El afincamiento de esos pueblos nórdicos en occidente constituyó la última fase de su embestida, ya que las incursiones, saqueos y extorsiones habían dejado de proporcionarles suficiente botín o de satisfacer su desmesurado apetito. Estos afincamientos no solían tener larga vida ni resultar estables, ya que antes del 911 habían desaparecido varias colonias anteriores.  Una, situada en el Weser inferior, duró menos de treinta años (826-852); otra, en Frisia, en los alrededores de Walcheren, persistió poco más de cuarenta (841-885); una colonia de Nantes, fundada en el 919, desapareció en el 937.  La primitiva historia de Normandía fue de rápida expansión al principio, pero seguida por una seria crisis que puso final a su independencia.  Sólo en Inglaterra, el denso afincamiento en Danelaw permitió que los daneses operasen un cambio importante en la historia de todo el país, pero ni siquiera allí fue porque sobrevinieron como unidad política independiente.  Normandía superó su crisis y se convirtió en un importante principado "feudal" dentro del reino franco.

27/9/12

LAS INVASIONES DANESAS EN INGLATERRA (I)

Entre el siglo IX y el XI los daneses tuvieron un papel importante en la historia de Inglaterra, si bien su presencia en el continente tuvo unos efectos negativos.  La ampliación del dominio carolingio a lo largo de las costas del Mar del Norte había situado inevitablemente al imperio bajo la atención de los daneses e incluso antes de la muerte de Carlomagno, las incursiones a lo largo de las costas ya comenzaron a presentar problemas peliagudos a su gobierno.  Ni la recuperación del poder militar franco ni la valía de su caballería permitieron al imperio tratar con sus enemigos marítimos.  Así pues, durante más de un siglo,, los daneses vivieron a costa del imperio y no ya de los territorios distantes y más vulnerables, sino de los más fuertes, es decir, de los valles formados por los ríos que desaguaban en el Mar del Norte y del valle del Loira.    Allí era donde estaban más arraigadas las tradiciones francas de imperio, donde había una mayor densidad de monasterios, enriquecidos por dos siglos de protección real.   Los trastornos políticos surgidos en la familia imperial después de la muerte de Carlomagno no contribuyeron a coordinar la resistencia frente a los nuevos enemigos, y hasta el mismo Carlos el Calvo se vio reducido a comprar a una facción de enemigos para que combatiera con otra en el 861-862.  La habilidad de los invasores en el medio acuático, sus ataques por sorpresa y su forma de actuar tan alta de escrúpulos a base de pequeñas bandas dificultaba la defensa a los francos si no se hacía a nivel local.  El gobierno imperial, en esos puntos, tenía escasísima influencia.  Los encuentros efectivos con los invasores sólo podían correr a cargo de príncipes locales, si bien al precio de la desintegración del imperio.  por irónico que resulte, fue la derrota infligida por el carolingio Carlos el Simple a las heterogéneas bandas de guerreros al mando de Rollo de Chartes la semilla de la que en el 911 nacería el ducado de Normandía, al inducirse a Rollo a hacer las paces, convertirse al cristianismo y a montar guardia en el valle del Sena para proteger a los francos frente a otros merodeadores.  París así se ahorró otro ataque danés como el de 885-886, pero Normandía se convertiría en el más grande de los principados septentrionales y en el que obstaculizaba el poder real.

INGLATERRA, EL IMPERIO CAROLINGIO Y EL EMPUJE DEL NORTE (III)

Es indudable que la lenta y poco espectacular colonización del país a través de generaciones sucesivas de pobladores desde el período inicial de la invasión, que en los tiempos del Domesday Boo (1086) había ampliado el afincamiento a sus límites practicables y económicos teniendo en cuenta el período, proporcionó el masivo soporte para esa poderosa monarquia en todo el país, aunque sin las invasiones danesas del siglo IX no es probable que se hubiera producido la unificación con tanta rapidez y menos aún desde el sur que desde Mercia. Por otra parte, los reyes de Wessex, que en el siglo IX habían observado tan atentamente las actividades de los nórdicos al otro lado del Canal de la Mancha en tierras carolingias, tenían que mostrarse forzosamente recelosos con respecto a las simpatías políticas de los normandos al reanudarse las incursiones danesas.  En el sur de Inglaterra nadie se hacía ilusión de que el Canal de la Mancha pudiera hacer las veces de frontera y esta preocupación por el libre acceso a través de las aguas del canal siguió siendo un elemento importante de la política real por espacio de siglos.  La Historia eclesiástica de Beda, escrita en el norte, es al período de la conversión lo que la Crónica anglosajona, iniciada en Wessex, es a la gran época de la monarquía del siglo X.  Una y otra fuente destacan la unidad básica de los pueblos ingleses al tiempo que consignan, como de paso, lo difícil que fue conseguir la plasmación en realidad de las instituciones.  A su manera, sus escritores monásticos participaron en a labor de preparar a los diferentes pueblos del país a vivir como una nación tanto a nivel eclesiástico como secular.

26/9/12

INGLATERRA, EL IMPERIO CAROLINGIO Y EL EMPUJE DEL NORTE (II)

La monarquía inglesa del siglo X dependía de la habilidad del rey para dirigir las tropas durante la batalla y conducirlas al éxito, lo que requería el acertado nombramiento de thanes reales (nobles militares), adecuadamente pertrechados, que alcanzaban aquella dignidad social como parte de su recompensa.  Los reyes también aprendieron a desarrollar una estrategia nacional para el trato con el enemigo.  El propio Alfred construyó puntos defensivos llamados buhrs y la larga lista de los que se han conservado demuestra que fueron construidos con propósitos militares.  La organización de los trabajos para la construcción del buhr, puente y camino, según el terreno, planteaba nuevas exigencias a la humilde población que no participaba en la batalla.  La carga de los tributos ciertamente se había hecho bastante regular en el siglo X para que a los reyes se les ocurriese recaudar importantes sumas con las cuales poder recompensar a los daneses por abstenerse de agredirlos cuando reanudaron las incursiones.  Estas últimas incursiones demuestran que se consideraba que Inglaterra era un lugar que valía la pena volver a saquear.  Sin embargo, esta vez los daneses no estaban interesados en expoliar los monasterios, pese a que los había en gran número y a que volvían a ser prósperos gracias al patrocinio real, sino que esta vez se habían propuesto atacar a la propia monarquía.  Corría el año 1013, y en esa fecha la monarquía inglesa se había convertido en el estado más poderoso al norte de los Alpes.
El rey controlaba la emisión de moneda nacional, pese a que las monedas eran acuñadas en cecas de todo el país.  Generalmente la administración del país no tenía como base las antiguas tribus, sino divisiones más pequeñas, y primeramente fue aplicada en Wessex para ser después trasladada sistemáticamente al resto del país, tal como fue adoptada por los reyes de Wessex inspirándose en los daneses.  Las unidades más extensas, los shires o comarcas, eran territorios constituidos alrededor de una ciudad importante o de un punto fortificado del cual tomaban su nombre.  Los shires estaban subdivididos en hundreds, localidades con jurisdicción legislativa, financiera y probablemente militar.  Los reyes promulgaban códigos de leyes e lengua vernácula, al principio extraídos de los pertenecientes a varios reinos ingleses, pero que cada vez fueron adaptándose más a las condiciones cambiantes del siglo X.  Exigían que los hombres tuvieran señores que respondieran de ellos en las cuestiones legales o que pertenecieran a grupos de seguridad colectiva formados por diez vecinos.  El poder real para dirimir los litigios no permitía que el país cayera en manos de señores territoriales o se fragmentara en localidades.  Los reyes obtenían el reconocimiento de su señoría de los principados celtas que habían sobrevivido (Devon y Cornualles pasaron a ser parte de Wessex); únicamente en el note su situación resultó insuficiente para aplicar el poder real.  Esta monarquía demostró que era una institución perfectamente establecida por una sucesión de reyes, no siempre excelentes, en el curso del siglo X y pudo sobrevivir a sus tribulaciones en el siglo XI para convertirse en la base de una monarquía normanda, mucho más poderosa.

25/9/12

INGLATERRA, EL IMPERIO CAROLINGIO Y EL EMPUJE DEL NORTE (I)

Las primeras incursiones que sufrió Inglaterra, probablemente por parte de gente nórdica, fueron las del monasterio de Lindisfarne y otros lugares de Northumbria en el 793.  Los daneses hicieron acto de presencia en Wessex durante los reinados de Beorhtric (786-802) y Egbert (802-839) y fueron derrotados en batallas tanto por mar como por tierra.  Sin embargo, esto no los arredró.  En el 855 invernaron por primera vez en Inglaterra, en la isla de Sheppey, pese a  lo cual los reyes ingleses no se mostraron alarmados ni hicieron preparativos para habérselas con unos daneses que estaban haciendo acopio de toda su experiencia y recursos con el fin de llevar a cabo un asalto masivo contra los reinos ingleses.  En el 865 ya estaban preparados para un combate decisivo.  Llegaron grandes contingentes  a East Anglia y, después de sembrar el pánico entre la población, emprendieron la marcha hacia el norte y se apoderaron  de York, donde fundaronn un reino.  El reino de Northumbria pasó a ser dependencia suya.  Los daneses dieron muerte a Edmund, rey de East Anglia, en el 869 y expulsaron al rey de Mercia en el 874.  De los reinos ingleses, sólo resistió al invasor el de Wessex.
También allí se hizo desesperada la situación cuando los daneses invadieron la zona que sólo se salvó gracias a Alfred "el Grande" (rey 871-899), que obligó a los líderes daneses a pactar.  Estos y sus seguidores fueron autorizados a establecerse en una zona conocida como Danelaw por parte del hijo de Alfred, Edward "el Viejo" (rey 899-924) y de su nieto Athelsan (rey 924-939).  El establecimiento danés debió de ser masivo, puesto que tuvo una profunda influencia en el desarrollo de la lengua inglesa.  Si los daneses fueron absorbidos por el reino inglés en el siglo X fue debido a una expansión sin precedentes en las actividades del gobierno que sólo pudieron haber excusado las extraordinarias circunstancias de la época.

LOS REINOS BÁRBAROS EN INGLATERRA (VI)

En el siglo VIII, el predominio mercio sobre los ingleses, si no continuo, por lo menos fue bastante persistente.  Offa de Mercia (rey 758-796) llegó incluso a ser nombrado Rex Anglorum en el 774, y trató a Carlomagno en un mismo pie de igualdad.  Ambos gobernantes protegieron los intereses comerciales de sus respectivos pueblos en sus mutuas relaciones y es evidente que esperaban beneficiarse recíprocamente del comercio entre los dos países.  Los peniques de plata acuñados en el sur de Inglaterra después del 775 fueron un resultado de la reforma de las acuñaciones francas aproximadamente del 755, de la misma manera que los ingleses habían usado, y más tarde imitado, las monedas merovingias de finales del siglo VII.  Inglaterra podía conservar su independencia política, pero formaba parte integrante de la vida económica del norte de Europa, al igual que de las esferas culturales y religiosas.  Durante los siglos VII y VIII los ingleses aparecieron en los asuntos europeos como personajes de rango superior, pese a que su unidad política era mucho más precaria que la de los francos.  Si contáramos con mejores fuentes de información sobre Mercia posiblemente demostrarían que durante todo este período se avanzó mucho en dirección a la consecución de la unidad de Inglaterra, si bien es probable que las divisiones políticas del país todavía fueran más marcadas que en la Galia del siglo IX, época en que ambos países fueron invadidos por los "hombres del norte".  La paradoja de estas invasiones es que, mientras en la Galia aceleraron el proceso de desintegración política, en Inglaterra sirvieron para poner a todo el país bajo un liderazgo tan decisivo como duradero.

24/9/12

LOS REINOS BÁRBAROS EN INGLATERRA (V)

Los monasterios también fueron numerosos en la Inglaterra de los siglos VII y VIII, de acuerdo con el ejemplo irlandés, romano y franco.  Como sus contemporáneos los príncipes merovingios, los gobernantes ingleses también fundaron monasterios. Hubo caas famosas fundadas por mujeres, por ejemplo Whitby, fundada por la abadesa Hild, o Ely, fundada por la princesa Ethelthryth. Otras comenzaron modestamente, como Crowland, en la zona de los marjales, o incluso Lindisfarne, dependencia fundada por misioneros de Iona, opuesta a la frontera real de Bamburgh.  Las obras de Beda son prueba del buen uso que se dio a las fundaciones del abad Benedict Biscop en Jarrow y Monkweartmouth, Northumbria, de las que hay que destacar sus espléndidas bibliotecas, constituidas por libros adquiridos por Biscop en sus viajes a Roma.  el propio Beda, hacia el final de su vida (735), informa que unos motivos indignos inspiraron la fundación fraudulenta de monasterios con el fin de evitar las obligaciones públicas que comportaba la tierra.  Un consejo de la iglesia celebrado en el 747 ordenaba a los obispos que supervisaran más detenidamente los monasterios e impusieran la disciplina en ellos.  Sin embargo, los monasterios habían pasado a convertirse en parte del tejido de la sociedad y gozaban de riquezas e influencia.  Tanto en la Galia como en Inglaterra, la acumulación visible de riquezas a la gloria de Dios en iglesias que resplandecían de oro, plata, relicarios y ornamentos cuajados de alhajas era un señuelo irresistible para los bandidos.
En la Inglaterra del siglo VIII tenían una gran importancia los vínculos con el continente.  La gente piadosa y educada temía por las almas de sus hermanos germánicos del otro lado del mar, que estaban sometidos a las añagazas de los paganos, y se sentían parte de la iglesia universal, presidida por el Papa de Roma.  El imperio carolingio debía mucho a los ingleses, que habían respaldado las misiones frisia y turingia. No es exagerado considerar que Bonifacio contribuyó a que el papado estableciera una alianza con la nueva dinastía real franca.  La erudición de la escuela de York engrosó la corriente principal del renacimiento cultural carolingio a través de la obra de Alcuino (735-804).  Inglaterra fue la única región de la Europa cristiana de occidente que no fue absorbida por el imperio carolingio, si bien desde el punto de vista cultural formaba parte de ese mismo mundo.

LOS REINOS BÁRBAROS EN INGLATERRA (IV)

La conversión de los pueblos ingleses al cristianismo durante la primera mitad del siglo VII supuso el primer estadio de la creación del pueblo inglés, según refiere Beda, cronista de sus hechos.  Sin embargo, para los contemporáneos, las luchas militares que sostuvieron mutuamente probablemente absorbieron más su atención que lo que apunta el monje cronista.  De todos modos, las luchas que sostuvieron los reyes ingleses parece que no obstaculizaron demasiado las misiones cristianas. El número de los reyes que, junto con sus respectivos pueblos, había que conquistar hacía que la conversión resultara más compleja que en la Galia o España, si bien conviene no olvidar la ventajas de contar con varias bases que permitieran actuar desde ella.  Los reinos más importantes se convirtieron en un breve espacio de tiempo: Kent durante la misión romana inicial (desde el 597 en adelante); Northumbria en dos fases, primero por obra del obispo romano Paulinus (626) y después por monjes de Iona (desde 635 en adelante).  Más o menos en la misma época se estableció un obispo en East Anglia, mientras que los sajones del valle del Támesis tenían un obispo en Dorchester en el 630, aun cuando otro asentado en Winchester antes del 664 convirtió esta localidad en sede permanente del obispo de Wessex.  Según el historiador de Northumbria, Beda, el rey más hostil al cristianismo fue Penda de Mercia (632-655 aprox.), pero incluso antes de su muerte fue bautizado su hijo Peada, con lo que el subreino de los anglos medios quedó abierto a los cristianos de Northumbria.  La misión envió también un destacamento encargado de reavivar una iglesia débilmente establecida mucho antes entre los sajones orientales.  Después del sínodo de Whitby (664), el nuevo arzobispo de Canterbury, Theodore de Tarsus (660-690), organizó la administración de la iglesia inglesa.  Había obispados en Whithorn, Abercorn, Lindisfarne, Hexham, Ripon, York, Lichfield, Leicester, Dunwich, North Elmnham, Winchester, Worcester, Heredford y Londres.  Algunos tuvieron corta vida y todos habían sido fundados para servir a unas particulares "tribus" y nada tenían que ver con las estructura diocesanas de la Galia o España.  En aquella época los sajones del sur seguían siendo paganos y sólo entre 681 y 685 Wilfrid fijó para ellos una sede el Selsey.  Pese a ello, al cabo de un siglo de la misión agustina los ingleses habían admitido el cristianismo en todos sus reinos.  El paganismo, pese a no estar eliminado, hacía mucho tiempo que se había demostrado incapaz de resistir las persistentes presiones cristianas.

19/9/12

LOS REINOS BÁRBAROS EN INGLATERRA (III)

Esos pequeños reinos se encontraban enfrentados entre sí con tanta frecuencia como con los propios británicos, situados al oeste.  No hubo un ataque continuado contra los británicos hasta que los tres reinos ingleses más poderosos -Northumbria, Mercia y Wessex-, que a su vez fueron los dominantes durante el siglo VII, ampliaron las ambiciones militares y colonizadoras inglesas de una a otra orilla.  Este hecho forzó inevitablemente a los pueblos extranjeros del oeste a trasladarse a las extremidades de la isla.  La rivalidad por la hegemonía entre los tres grandes reinos no disminuyó, si bien Northumbria, muy interesada en avanzar hacia el norte dejó solos a los dos reinos meridionales.  Ya en el siglo VII, el reino medio, Mercia, aspiraba a dominar a todos los ingleses.  Incluso el reino de Wessex, que se extendía hacia el sur de Inglaterra buscando la oportunidad de una mayor expansión en dirección a Devon y Cornualles, fue incapaz de resistir el envite de los mercios, en el siglo VIII, a cargo de Ethelbald y Offa, aun cuando durante un breve tiempo Egbert de Wessex conquistó Inglaterra hasta el Humber.  Las luchas por el poder siguieron siendo políticamente significativas, mientras que el cargo para el ejercicio de la autoridad desempeñado por un gobernante sobre todos los ingleses, el Bretwalda (gobernante de Britania), constituía una distinción personal que no se transmitía a su estirpe, a diferencia de la realeza, sino que era preciso luchar para conseguirla. Por tradición, la autoridad del Bretwalda, la única reminiscencia sentimental de la Brtiania romana conservada por los ingleses, había sido ejercida primeramente por los reyes ingleses desde finales del siglo VI y resulta significativo que en este estadio no encontraran una palabra, como "inglés", capaz de transmitir estas cualidades comunes.

LOS REINOS BÁRBAROS EN INGLATERRA (II)

Estos germanos procedían de la costas septentrionales de Europa y probablemente poseían una mayor diversidad cultural que la que presupone la división que de ellos hace Beda en anglos, sajones y jutos. En Kent y en la isla de Wight se ha detectado un elemento juto mezclado con elementos francos.  Los anglos se establecieron en Inglaterra, formando grupos diferenciados en East Anglia, Middle Anglia y Northumbria. Los sajones estaban separados en las ramas occidental, meridional, media y oriental.  La supervivencia de algunos de estos grupos como reinos diferenciados, incluso en el siglo IX, demuestra que debió haber varios grupos coherentes perfectamente afincados ya en el 600.  Sin embargo, los reinos eran en parte una consecuencia de la manera como los alemanes habían penetrado en diferentes zonas de Britania siguiendo el curso de varios ríos en calidad de grupos diferenciados.  Sin embargo, el reino más tardío de Wessex, históricamente el más famoso, surgió de una unión entre sajones, que habían avanzado desde Southampton Water en dirección norte y hacia Wiltshire en el año 580 y sucesivos, y otro grupo de sajones establecidos en el valle del Támesis que, habiendo conquistado Bath, Cirencester y Gloucester a los británicos alrededor del 600, absorbió a los sajones de Hamshire y Wiltshire en el 680.  Se tardó más de un siglo en formar un poderoso reino en Wessex, conseguido como resultado de unas circunstancias históricas dentro de la propia Inglaterra y no como resultado de una invasión por parte de un grupo homogéneo procedente del continente, precisamente no en el siglo V.  Es muy probable que otros reinos surgieran también de manera similar durante este largo período acerca del cual contamos con tan poca información.

LOS REINOS BÁRBAROS EN INGLATERRA (I)

El otro gran estado que surgió en esta época en el norte de Europa fue Inglaterra, que a partir de entonces ejerció una poderosa influencia durante toda la Edad Media.  Gran parte de su historia correspondiente a sus años de formación sigue siendo oscura y confusa, si bien destacan dos períodos, que están, en cambio, perfectamente documentados: la conversión de los pueblos ingleses en el siglo VII, según la describe Beda el Venerable y la construcción de la monarquía unificada bajo los reyes de Wessex en el siglo X.  Estos dos períodos se encontraban separados por la época de la invasión danesa y el establecimiento de este pueblo, repetición tardía de los mismos fenómenos que habían atraído a los ingleses a Gran Bretaña cuatro siglos antes.
La boda de Ethelbert, rey de Kent, con una  princesa merovingia, Bertha, que abrió la vía de la misión romana a Inglaterra en el 597, demuestra que por aquel entonces se habían ya restablecido las relaciones políticas entre los colonizadores ingleses y el continente después de un siglo y medio de silencio.  Solamente un cronista inglés contemporáneo, el monje Gildas (aprox. 570), nos facilita alguna información sobre la situación del país en aquella época oscura y su obra, Ruina y conquista de Bretaña, apenas nos aporta hechos precisos susceptibles de datación.  Sin embargo, cuando después del 597 vuelve a empezar la crónica inglesa, se hace evidente hasta qué punto había cambiado la situación en Inglaterra en los dos siglos transcurridos desde que la administración romana se había hecho cargo de la situación.
Durante la primera mitad del siglo V, los pueblos romano-británicos, abandonados a sí mismos con la retirada de las legiones romanas al continente, debieron tratar particularmente con invasiones procedentes del norte, que atravesaron lo que había sido la frontera mejor defendida del imperio romano: la muralla de Adriano.  Es probable que los británicos emplearan tropas auxiliares germanas, según era costumbre en el continente, y quizás algunos de ellos se establecieron junto con sus familiares en enclaves ya en el siglo IV, si bien ni ellos ni sus sucesores se vieron absorbidos por la sociedad provincial.  Sabemos que, por lo menos a mediados del siglo V, los germanos querían establecerse independientemente de las autoridades romano-británicas y no fue posible impedir que se instalasen en la parte oriental de la isla, más romanizada que el resto.  Seguían existiendo enclaves británicos y hubo algunos britanos que fueron convertidos en esclavos por los conquistadores.  Sin embargo, los germanos no estaban romanizados en lo tocante a lengua y religión, por lo que la Britania romana fue la única provincia del imperio occidental conquistada por los bárbaros donde los invasores no tuvieron que pactar con los supervivientes de la civilización romana.  Los romano-británicos del oeste hablaban la lengua celta, pero seguían escribiendo en latín.  También seguían siendo cristianos, aun cuando sus obispos, a diferencia de los de la Galia, abandonaron sus ciudades y no trataron de convertir a los germanos, que eran paganos, no arios.  Durante un tiempo, a finales del siglo V, los británicos consiguieron frenar el avance germano hacia occidente, si bien no llegaron nunca a recuperarse para desalojar a sus antiguos auxiliares de la isla.  A mediados del siglo VI habían tomado forma varios reinos germánicos diferenciados, los cuales ejercieron presión sobre los británicos, cuyas regiones comenzaron a reducirse a partir de aquel momento.

18/9/12

EL RENACIMIENTO CAROLINGIO

La palabra "renacimiento" entró en la historia para describir la recuperación de la cultura que se produjo en la Italia del siglo XV,al creer que el hecho inauguraba un movimiento tendente a la transformación de la Europa medieval en la Europa moderna.  Con los años, el uso enfático de "el Renacimiento" para hacer referencia a este período se ha convertido en la afirmación de aquella convención, aunque al mismo tiempo los historiadores medievales aplicarían el término, debilitando con ello su fuerza, a los cambios intelectuales ocurridos en el siglo XII y al renovado interés de los carolingios por la antigüedad.  
El control franco de occidente, su presencia en Italia y la confianza en el trato con el imperio oriental los incitó a reclamar para í todo lo que pudieran arrogarse del legado romano.  Ello suponía trasladar la arquitectura de Rávena a Aquisgrán, puesto que en Rávena la corte imperial había dejado una estela más deslumbrante que en la propia Roma, pero suponía sobre todo copiar libros a través de os cuales el clero (y a la larga -muy larga- los discípulos) pudieran adquirir inmediatamente los conocimientos de la antigüedad.  Estudiaron "ciencia" y literatura profana, al igual que los padres de la Iglesia, como San Agustín, reformando el estilo de la caligrafía al copiar textos antiguos y realizar fieles imitaciones de antiguos dibujos, movidos por un deseo de autenticidad.  Los textos así copiados aseguraban la supervivencia de la literatura latina por espacio de siglos, ya que algunos autores son ahora conocidos gracias a manuscritos que no son anteriores al siglo IX.  Es dudoso si este renacimiento libresco tuvo realmente una contrapartida equivalente en la arquitectura y en la pintura mural, puesto que los vikingos trajeron consigo la destrucción, lo que dio lugar a sucesivas reconstrucciones.  Los gobernantes carolingios demostraron su ambición de realizar mejoras importantes en todo el imperio a través de sus reformas monásticas y administrativas, pero la parte más fácil de la operación que había que realizar era, sin duda alguna, la reforma de las letras y de la educación.  El clero tenía sus propias razones para insistir en ello y contaba con el adecuado respaldo intelectual que le llegaba de Italia, España e Inglaterra.  El renacimiento carolingio al principio consiguió poco, pese a que ambicionaba restablecer el imperio romano, y su importancia radica en haber conseguido salvar una buena parte del amenazado pasado literario latino.

14/9/12

LAS DIVISIONES DENTRO DEL IMPERIO

El único hijo superviviente de Carlomagno, Luis, trató de conservar el imperio, para gobernar el cual se encontraba preparado después de los años que había pasado rigiendo Aquitania.  Pero no bastaba con sus intenciones para resolver las dificultades intrínsecas de la tarea, sobre todo porque sus hijos (habidos con su primera esposa) ya no estaban comprometidos como los de Carlomagno en continuas campañas contra enemigos exteriores y se preocupaban primordialmente de las tierras que tenían asignadas para su gobierno y de sus perspectivas futuras, especialmente después del nacimiento de otro hijo, Carlos (823), habido con la segunda esposa de Luis. Las divisiones dentro de la familia carolingia y las sucesivas divisiones del imperio entre los miembros de la familia redujeron el imperio en sí a una ficción política.  El clero, que estaba destinado a gozar de la influencia en lo que se refiere a aconsejar a un emperador de vasallos cristianos sobre un programa imperial modelado en un desvanecido imperio de libro de historia, necesitaba un gobernante que estuviera dotado de una mente independiente.  No podía tolerar ningún fallo en este aspecto, sobre todo para mantener la armonía entre los príncipes rivales de la dinastía.  Dejando aparte la deficiencias de los príncipes y el carácter heterogéneo de las tierras que correspondían a su sector, las necesidades básicas del gobierno en el siglo IX eran necesariamente muy locales.  La repulsa por parte de los carolingios de sus vecinos hostiles había creado unas condiciones favorables para la mejora dela agricultura dentro del imperio, si bien la industria, el comercio y la vida urbana permanecían atrasadas.  Había desaparecido el antiguo botín, útil para estimular la economía del imperio, aparte deque su creciente prosperidad agrícola y de manera particular, sus deslumbrantes iglesias habían empezado a atraer  los salteadores y no ya por tierra sino por mar, medio en el que los francos no confiaban y para el que carecían de experiencia.  La división del imperio entre los tres hijos supervivientes de Luis I en el 843 no acabó con las peleas ni con el sentido de unidad de las tierras francas.  En realidad animó a todos los gobernantes a improvisar procedimientos para constituir un apoyo militar y unas alianzas con las grandes familias de sus tierras no pertenecientes a la realeza, lo que excluía toda posibilidad de restablecer la unidad.
El "reino medio", perteneciente al hermano mayor, Lotario, que abarcaba todos los puntos clave del imperio -Roma, Pavia, Aquisgrán-, así como gran parte de las tierras que tenía la familia en Austrasia, volvieron a ser divididos entres sus tres hijos después de su muerte en el 855.  Diez años más tarde, Luis el alemán dividió su reino entre sus tres hijos.  Fue por azar y no como resultado de un plan que "Alemania" fuese reunificada en el 882, al quedar Carlos el Gordo como único superviviente.  En occidente, Carlos el Calvo tropezaba con dificultades en la obtención del reconocimiento de sus derechos en Austrasia, donde en el 852 consideró oportuno nombrar rey a su hijo Carlos.  Dos de sus otros hijos fueron nombrado abades parano tener que volver a dividir el reino.  Neustria se convertiría en la parte de Luis el Tartamudo. Una vez más, volvió a ser obra de la suerte que Luis II heredase todas las tierras de su padre en el 877, si bien en el 879 dejaba de existir.  Al cabo de unos años, la defensa de París contra los normandos llevada a cabo por uno de los condes, Odón, le procuró su nombramiento como rey de los francos en el 888.  Se convirtió así en el señor más poderoso del oeste deFrancia que reclamase el Imperio.  En efecto, el imperio carolingio había desaparecido.  Las antiguas tierras del centro y del oeste con tradiciones históricas más larga, desarrollaron unas instituciones propias.  Sólo en oriente seguía gozando de valor el concepto de imperio cristiano, ya que sin él los gobernantes de Alemania corrían el riesgo de convertirse progresivamente en víctimas de sus enemigos orientales.
El esfuerzo de renovación cultural iniciado pro Carlomagno sobrevivió a su muerte y alcanzó su punto culminante a mediados del siglo IX.  Sus logros no se vinieron abajo como resultado del derrumbamiento del imperio sio que la recuperación de algunas grandes escuelas, como la de Reims, persistió  lo largo de las generaciones y más adelante propulsó movimientos escolásticos.  Carlomagno atrajo a su corte a eruditos de toda la Cristiandad y mancomunó sus experiencias, lo que hizo que las generaciones posteriores trabajaran desde una base más amplia que antes.  Entre los hombres pertenecientes a naciones no francas que prestaron sus servicios al imperio carolingio destacan los ingleses, y llama poderosamente la atención al rápido progreso alcanzado por éstos en el siglo que sigue a su conversión al cristianismo.

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UN NUEVO IMPERIO EN EUROPA (IV): CARLOMAGNO

Carlomagno, en los primeros años de su reinado, no se concentró exclusivamente en los sajones, sino que en el 773 atendió otro llamamiento del papa, que le pedía que acudiera a Italia, hecho que tuvo como resultado la anexión del reino longobardo.  Su autoridad fue aceptada por el duque de Spoleto (776) e incluso en el principado meridional de Benevento (786).  También se sometió a consideración un plan para conquistar la Sicilia musulmana. La presencia franca en Italia hacía ahora imperativo un entendimiento con el imperio oriental.  Cuando Carlos fue coronado emperador por el papa León III (800) pasó a ser considerado soberano de occidente, aparte de que sus dos hijos, Pipino y Luis, habían ya sido ungidos, respectivamente, rey de los longobardos y rey de los aquitanos (780).  Baviera se había visto desposeída de su duque nativo en el 788 después de más de dos siglos de casi independencia y, al ser anexionada al reino franco, había quedado dividida en dos condados.  El gobierno carolingio aceptó de Baviera e Italia el desafío de una guerra con los temibles ávaros, que fueron aplastados en el 796, al ser destruido su cuartel general junto al río Tisza y pasar su botín a manos de los vencedores.Después de sojuzgar a estos saqueadores de Europa oriental, Carlomagno se convirtió en el protector de los vecinos eslavos y estableció una serie de margraviatos (circunscripciones militares) para custodiar las fronteras, desde Friuli al sur hasta Nordalbingia en la frontera danesa.
Las ambiciosas conquistas de Carlomagno no ampliaron excesivamente el poder franco, por lo que las fronteras establecidas por él no variaron después de su muerte.  Sin embargo, hubo de reconocer que el poder militar no bastaba para mantener el reino franco.  sus medidas administrativas, al igual que la nueva autoridad confiada a los condes una vez desposeídos de ella los tradicionales duques, indican que el emperador reconocía la necesidad de una renovación política.  Su confianza en el clero era tan tradicional en su familia como las propuestas divisiones de sus tierras entre sus hijos.  Más notable era su interés en una renovación educacional o cultural anterior a su coronación imperial, y podía ser una expresión de su carácter personal más que una previsión adoptada con fines políticos.  Sus ordenanzas no eran triviales decretos que miraban a la reforma.  El imperio occidental había encontrado finalmente un rey bárbaro con un poder igual a las responsabilidades políticas del gobierno imperial.  Estaba por ver si los heterogéneos pueblos que se agrupaban dentro de él podrían convivir en aquel imperio redivivo después de una experiencia diferente que había durado tres o cuatro siglos.

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13/9/12

UN NUEVO IMPERIO EN EUROPA (III): ASCENSO DE CARLOMAGNO

Los hijos de Carlos Martel, Carlomán y Pipino III, se enfrentaron después de la muerte de aquel con levantamientos contra su autoridad en Aquitania, Alamania y Baviera, por lo que consideraron prudente entronizar a otro rey merovingio, Childerico III, en el 743.  No fue hasta unos años más tarde que Pipino III, después de que Carlomán se consagrase a la vida monástica, buscó la autoridad papal para deponer a Childerico y convertirse en rey en el 751. Después de ser elegido por el pueblo, fue ungido rey por Bonifacio, obispo de Alemania.  El primer estadio del avance carolingio había terminado.
El poder carolingio hizo después rápidos avances.  El papa Esteban II visitó a Pipino y le suplicó que interviniese en Italia (754). Para corresponder a una perdurable alianza con los francos, el papa en persona volvió a ungir al rey y a sus dos hijos en Saint Denis, confirmando con ello que Dios había designado a la raza carolingia como reina de los francos, de la misma manera que Samuel había ungido a lo primeros reyes de Israel. Aquel mismo verano Pipino cruzó los Alpes y obligó al rey de los longobardos a restituir al "imperio" las tierras imperiales del Exarcado y de Penrápolis.  Pipino, al recibirlas, las cedió al papa.  Dos años más tarde se vio obligado a retornarlas para mantener al rey fiel a sus promesas, si bien no demostró ningún interés en ampliar el dominio papa en la Italia central para complacer al pontífice.  En lugar de ello, se lanzó a la conquista de Aquitania, tomó Narbona en el 759, convirtiéndose en protector de los godos y volviéndose después hacia Aquitania desde el norte.  Tras una serie de campañas sucesivas Pipino se convirtió en único dueño de todo el territorio, desde el oeste del Loira hasta el Atlántico y por el sur hasta el Mediterráneo, antes de que le sorprendiera la muerte en el 768.
A su muerte su gran imperio quedó dividido entre sus dos hijos y las malas relaciones existentes entre ellos habrían podido comprometer el futuro de los francos de no haber muerto el más joven en el 771 dejando a Carlos el Grande, Carlomagno, como único señor.  Su reinado, que duró más de 45 años, lo convirtió en el más famoso de todos los reyes medievales.  Organizó alrededor de sesenta expediciones militares, la mitad de las cuales fueron dirigidas personalmente por él, lo que puede dar una idea de su energía y del número de problemas que se vio obligado a resolver.  Como Aquitania ya había sido conquistada por su padre, su principal preocupación se centró en los sajones, con los que los francos habían estado luchando durante más de dos siglos.  Carlomagno puso fin a aquellas guerras, aunque no sin grandes esfuerzos, salvajes carnicerías y reveses políticos.  Sus brutales métodos fracasaron en su intento de subyugar a los sajones a la obediencia cristiana y hasta el 803 Carlomagno no estuvo en condiciones de proclamar una pacificación general.

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UN NUEVO IMPERIO EN EUROPA (II): CARLOS MARTEL

Carlos Martel fue el primer carolingio que gozó de fama europea como vencedor de los musulmanes sarracenos cerca de Poitiers en el 732.  Él fue el caudillo al que el papa Gregorio III llamó en el 739 para que lo ayudase a expulsar a sus enemigos, los longobardos, de los alrededores de Roma.  Carlos tuvo que hacerse un nombre a partir de cero, puesto que era hijo ilegítimo de Pipino de Heristal y había tenido que lichar contra su madrastra y contra Neustria para poder ostentar el cargo de mayordomo de palacio.  No contento con esto, quiso ir todavía más lejos y luchó contra los frisios y los sajones al objeto de recuperar su influencia en las tierras del norte, puesto que la había perdido en la época de la sucesión.  Las incursiones sarracenas que habían llegado hasta Autun en Borgoña, en el 725, obligaron al duque de Aquitania Odón a buscar su ayuda y, al morir Odón en el 735, la fama y el poder que tenía Carlos le permitieron recuperar la soberanía de aquellas tierras.  En el 730 también se le ofrecieron las asoladas Borgoña y Provenza, si bien los sarracenos no serían finalmente expulsados de la región hasta el 759 por obra de su hijo.  Carlos fue el primer gobernante después de Dagoberto I que gozó de un prestigio que rebasó el ámbito local. No sólo había reunido todos los reinos francos en sus manos, sino que incluso se había refirmado al otro lado del Rin y gozaba de extraordinaria fama en el extranjero.  El clero lo contemplaba como el invencible defensor del cristianismo, sin preocuparse demasiado de cómo distribuía las tierras de la iglesia entre sus soldados.  su familia había adquirido ya la capa de San Martín de Tours en el 710 y con ella el patronazgo de la iglesia del lugar, donde su victoria sobre los sarracenos había sido particularmente celebrada.  También comenzó a suplantar a los merovingios como patronos de Saint Denis, el más grande de los monasterios francos.  Cuando el merovingio Teudorico IV de Neustria murió en el 737, Carlos no se molestó en ocupar su puesto, por considerar que podía prescindir de la dinastía merovingia.

UN NUEVO IMPERIO EN EUROPA (I)

Los siglos VIII y IX fueron para Europa el período de la Edad Media en el que menos contaron los atractivos de las regiones mediterráneas en los proyectos de los pueblos del norte.  El avance imparable del Islam lo había llevado a través del norte de África y, en el 711, a España.  Incluso cruzó los Pirineos y continuó hostigando en el sur de Francia mucho después de que Carlos Martel derrotara a los sarracenos cerca de Poitiers, en el 732, y les impidiera seguir su ruta hacia el norte.  Al otro lado del Mediterráneo se cernía la amenaza sobre Constantinopla.  Preocupados por la supervivencia del imperio, a los emperadores de oriente apenas les quedaba tiempo para las cuestiones de los Balcanes.  Sin embargo, aquella cuña de eslavos paganos que se había introducido entre los cristianos de oriente y occidente era menos perjudicial que la política imperial iconoclasta, que provocó una fractura que perduraría durante más de un siglo (730-843).  El emperador liberó liria y el sur de Italia de la sujeción a la iglesia romana y los puso bajo la égida del patriarca de Constantinopla (731).  En roma el papa se veía obligado a mirar al otro lado de los Alpes para buscar un protector capaz de ocupar el puesto del emperador.  Antes de que terminara la controversia iconoclasta, el sur de Italia cayó bajo una oleada de musulmanes procedentes del norte de África, lo que hizo que el papado aún se sintiera más desesperado de retener el apoyo de los francos.  En estas condiciones, los pueblos de Europa, que daban por sentado que Roma o los romanos eran su fuente de inspiración, vieron que la carga de la Cristiandad y la iniciativa en materia política estaba en sus manos.
El rasgo más sobresaliente de la historia europea en este período es el dominio conseguido por la familia carolingia, primeramente como máximas autoridades del palacio real de Austrasia y después como reyes de los francos; ya al fin, como emperadores romanos.  Sin embargo, no había un objetivo coherente claramente visto y perseguido generación tras generación y, hasta el final de la dinastía, ni los gobernantes más previsores fueron capaces de dominar su insignificancia congénita.  La preeminencia alcanzada por los carolingios tampoco era cuestión de suerte ni siquiera de habilidad.  Se encontraban en una situación en la que debían actuar, puesto que eran los únicos en circunstancias de poder hacerlo.  Las energías que habían dejado en el continente europeo se concentraban en las tierras de Austrasia, a caballo sobre el Rin y en gran parte de lengua alemana, si bien comprendían también algunas tierras del antiguo imperio romano.  Aquí la familia carolingia ya se había establecido bajo el último rey merovingio realmente triunfante, Dagoberto I (629-638) y, en generaciones sucesivas, hubo miembros de la familia que actuaron como mayordomos de palacio o como duques , y originariamente se ocuparon de regentar las minorías reales.  A la muerte de Childerico II (675) no hubo ningún merovingio que ejerciera un poder auténtico.  Pipino de Heristal rigió los destinos de todos los reinos francos después del 687, pero sólo en calidad de mayordomo de palacio (y como maestro del rey), puesto que los reyes merovingios, por muy impotente que fuera, no podían prescindir de él.  Los habitantes de Neustria se sentían molestos con el dominio de Austrasia, Alamania y Baviera, remotos territorios del imperio franco, la dinastía real parecía ser un valioso freno para las ambiciones de los mayordomos de palacio.
En consecuencia, la familia carolingia se veía obligada a moderar sus ambiciones o a mantener el respeto tradicional que inspiraba la casa de Clodoveo y, dadas las circunstancias, podía hacer muy poco para detener la decadencia del imperio franco más allá del Rin, salvo en sus propias bases.  Sin embargo, en Austrasia, utilizaron sus extensos territorios para forjar fidelidades y recompensar servicios prestados, brindando obispados a los amigos y fomentando las fundaciones monásticas en un esfuerzo para consolidar su avance por tierras en las que vivían los todavía paganos frisios y sajones.  En estas actividades fueron ayudados por los evangelistas monásticos irlandeses y, más tarde, cada vez más por los ingleses.  La conversión de los pueblos ingleses e el siglo VII promovió un nuevo tráfico regular de cristianos a Roma que debían cruzar inevitablemente Austrasia.  Lo estragos causados por los sarracenos en el sur de la Galia también bloquearon de forma efectiva los antiguos caminos principales que iban desde la Galia a roma a través de Florencia, por lo que ahora las rutas principales debían atravesar los Alpes.  La conversión de los pueblos del norte y la afluencia de viajeros hacia el norte desde los Alpes propició la recuperación de Rhineland.  Así pues, a los ricos y poderosos gobernantes de Austrasia ahora les correspondía un nuevo deber, aparte de que u entusiasmo por la guerra y por la lucha contra los paganos hacía de ellos el único grupo franco capaz de restaurar las desintegradas fortunas de los francos.

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10/9/12

LA NUEVA POTENCIA: EL ISLAM (III)

A principios del sigl VII, el Islam había alcanzado sus límites futuros y no lo había hecho a través de triunfos continuados, sino de dos o tres impulsos pletóricos de fuerza y a despecho de las serias dificultades encontradas dentro de su propia comunidad.  Había demostrado su capacidad para tratar con eficacia tanto sus propios hombres comolos de las tierras conquistadas y, a finales del siglo VII, kos alifas Abd al-Malik (685-705) y Abd al-Walid (705-715) estuvieron en condiciones de consolidar su imperio.  Al-Malik fue quin acuñó los primeros dinares árabes de oro puro en el año 695, renunciando a autorizar o a imitar las monedas de oro de Roma y Persia. el registro público de gastos e ingresos instituido en tiempos del califa Omar, y entonces escrito en griego o persa por los funcionarios locales, pasó a ser escrito en árabe a partir de entonces.  El gobierno musulmán tuvo que reconsiderar su política tributaria para hacer desistir de sus propósitos a aquellos que querían convertirse al islamismo para disfrutar de las exenciones que gozaban los musulmanes árabes, especialmente en Iraq y Jurasán.  La comunicación con las provincias exigía transportes y servicios de comunicación adecuados a las necesidades oficiales.  Los califas omeyas también combatían el prestigio religioso de Arabia promoviendo la significación islámica de Jerusalén en la Cúpula de la Roca y construyendo la magnifica mezquita de Damasco.
Los invasores árabes procedentes del sur demostraron más rápidamente su capacidad para hacerse cargo del gobierno de un imperio que cualquiera de los pueblos bárbaros que habían penetrado desde el norte durante los siglo IV y V,   Los musulmanes, con Siria, habían conseguido mucha mayor ganancia y al momento se aprovecharon de los servicios de los funcionarios cristianos que trabajaban en la administración.  Sin embargo, los musulmanes no se instalaron en un determinado lugar del imperio.  Se habían apoderado de la mitad del imperio romano y lo habían incorporado al conjunto del imperio persa y a otros territorios, con lo que forjaron un estado que era el más grande del mundo conocido.  Fragmentaron la unidad mediterránea, tan trabajosamente conseguida durante siglos y, a partir de entonces, sus orillas sur y este pasaron a convertirse en parte de un mundo diferente desde el punto de vista cultural.  Los beduinos supieron mantener unidas unas tierras mucho mejor que lo habían hecho los romanos a través de los mares.
Con el paso del tiempo, el Islam comenzó a penetrar las culturas de los diferentes pueblos, principalmente mediante el uso de la lengua árabe y el estudio del Corán. Sin embargo, a la corta, el imperio fue el resultado de la expansión de las tribus árabes, que en lugar de luchar entre sí se dedicaban ahora a combatir a sus enemigos.  Inicialmente no esperaban ni exigían de ellos que se convirtieran a su fe, sino que hacían vida aparte como guerreros disciplinados, entregados a la conquista y no a la dispersión de energías en empresas individuales.  Sin embargo, tan pronto como alcanzaron los límites de sus conquistas posibles, comenzaron a adquirir importancia otras cualidades diferentes.  El realismo político y la continuidad aportados por los Omeyas de Damasco, antigua capital de provincia romana, demostraron que aquellos bárbaros meridionales habían visto la manera de combinar el talento árabe y el talento romano de una manera que los bárbaros septentrionales desconocían.  Al realizar la unidad interna, se inició el florecimiento del Islam.

8/9/12

LA NUEVA POTENCIA: EL ISLAM (II)

Antes aún de que se produjera el derrumbamiento del poder romano en Siria, las fuerzas árabes habían salido de la península para atacar a los persas en Iraq y los derrotaron en Qadisiya (636). El nuevo jefe de los persas, Yazdirig III, sin embargo, opuso una desesperada resistencia, pero tuvo que retroceder más al este y fue asesinado en el 651.  Los persas fueron barridos de Iraq y retrocedieron hasta Juzistán, después de lo cual penetraron en la Persia propiamente dicha.  Después de Persia, los ejércitos musulmanes avanzaron más al este y entraron en Jerusalén.  La aniquilación de Persia, pese a ser difícil, superó incluso lo que los árabes habían hecho con Roma y añadió nuevas complicaciones el problema de gobernar un imperio según las bases establecidas por las normas del Corán para la nueva comunidad.  Las normas de Omar para salvaguardar a los árabes exigían el establecimiento de una sociedad militar en campamentos base en Kufa y Basra en Iraq, al igual que los de Siria y Fustat en Egipto.  Los musulmanes toleraban la religión persa de Zoroastro, igual que habían permitido a los cristianos y judíos que mantuvieran fidelidad a sus cultos.  Sin embargo, entre los pueblos de oriente, en Siria e Iraq, los árabes encontraron pueblos con lengua y cultura similar.  Las riquezas fabulosas de Ctesifonte deslumbraron a los soldados árabes, de la misma manera que los nuevos guerreros impresionaron a las poblaciones sojuzgadas.  Con el tiempo, de la nueva situación surgió una nueva comunidad cultural.  Las fronteras del imperio habían sido trasladadas a Makrán, en los límites de la India, en el año 643; en el norte, una expedición atacó Kabul y cruzó el Oxus a principios del siglo VIII, antes de que el movimiento de expansión acabase extinguiéndose en el río Jaxartes.  La última provincia islámica en dirección a China era Transoxiana.
En tiempos del califa Othmán (644-656), perteneciente a la tribu Qusaysh, que había dominado en La Meca en la época de Mahoma y que se mantuvo largo tiempo hostil a sus enseñanzas, surgieron movimientos represivos contra la nueva religión.  Con Othmán reaparecieron las antiguas pretensiones aristocráticas de la tribu y, al ser asesinado aquél, su pariente Muawiya, gobernador de Siria, exigió su derecho de venganza sobre los asesinos, haciendo sospechoso de complicidad al nuevo califa Alí.  En este tiempo las tensiones dentro del Islam habían subido a la superficie y tuvieron que pasar muchos años antes de que la nueva religión se recuperase suficuentemente para crecer a la medida de sus conquistas.  Tanto Alí como su sucesor Muawiya,sin embargo, habían visto que el nuevo imperio no era sitio adecuado como capital.  Alí la trasladó a la nueva ciudad militar de Kufa, en Iraq, mientras Muawiya hacía de Damasco, antigua capital, el centro de su califato Omeya.  Con el tiempo consiguió que se reconociera su posición, pero entretanto se había roto la unidad religiosa del Islam debido a la posición de Alí, yerno del profeta: de aquella disputa surgió la secta de los Kharijitas, como también la de los Shia.  Sin llegar a sofocar la deslealtad del Hijaz (que de hecho sobrevivió hasta el 692), Moawiah se había sentido lo bastante fuerte para remodelar el gobierno del imperio y reanudar la lucha con los romanos.  Había conquistado Chipre en el 649 y constituido una flota para luchar contra los romanos en el mar, donde los árabes no tenían ninguna experiencia.  También atacó Constantinopla en el 669 y en el 674-680. Sin embargo, Asia Menor no fue conquistada y la frontera con Siria tuvo que ser guarnecida con bastiones en todos los caminos principales y en los puertos de montaña desde la costa hasta el Éufrates superior.  En occidente sus fuerzas difundieron las normas islámicas desde Egipto a Kairuán alrededor del 670.  Los éxitos del guerrero Uqba terminaron con una incursión que llegó hasta el Atlántico, pero aquellos esfuerzos no llegaron a resultados concluyentes y hasta finales de siglo no fue superada la oposición beréber ni la autoridad romana.  Cartago cayó en el 698.  El gobernador musulmán Musa, responsable en el norte de África en tiempos de la invasión musulmana de España en el 711, ya se había liberado de su dependencia de Egipto y recibía órdenes directamente de Damasco.

LA NUEVA POTENCIA: EL ISLAM

En el mundo occidental, los monjes eran los soldados de Cristo.  En oriente, en el siglo VII aparecieron fieles soldados de otra índole cuando los árabes de la península arábiga, unificada por el Islam, invadieron los imperios de Roma y Persia.  En diez años el profeta Mahoma (622-632) había conseguido crear una nueva sociedad religiosa sometida a Dios. Él en persona peleó y luchó y los árabes que abandonaron sus mortíferas guerras como resultado de la nueva hermandad religiosa no por ello renunciaron a la guerra.  En el 629, antes dela muerte del Profeta, hicieron incursiones en Siria pero fueron repelidos.  En tiempos de su sucesor, el califa Abú Beker, volvieron a unas tierras que conocían bien merced al comercio: la fértil media luna.  Hacía poco que persas y romanos habían tenido un enfrentamiento en aquella zona, pero los triunfos de los persas, pese a ser efímeros, seguramente debieron alertar a los árabes con respecto a la debilidad del imperio, puesto que el poder romano ejercido en las ciudades jamás fue muy efectivo en el campo.  Los intentos de los romanos de repeler a los invasores, ahora totalmente unificados después del ataque, culminaron en los esfuerzos de Heraclio en el 636.  En dicho año sus fuerzas sufrieron una terrible derrota en Yarmuk, gracias a que las fuerzas árabes se vieron reforzadas con un contingente que había llegado apresuradamente a través del desierto desde Iraq.  Los romanos no estaban preparados para este tipo de guerras. Su frontera en el desierto se había convertido en una carretera para los árabes y el desierto era un erial que los beduinos conocían muy bien.
La anexión de Siria por parte de los musulmanes hasta llegar por el norte a las montañas del Tauro introdujo una cuña entre la base que tenía el emperador en el Asia Menor y las provincias africanas.  Egipto no podía salvarse de la invasión (641) y Alejandría, la segunda ciudad del imperio, se vio traicionada sin lucha a pesar de gozar de una situación marítima muy favorable.  La conquista tanto de Siria como de Egipto, que inmediatamente situó al Islam en posesión de algunas de las más ricas y civilizadas partes del mundo, no había sido la meta del califa en Medina, sino el resultado de los ambiciosos afanes de sus generales así como de su habilidad tanto en la guerra como en la diplomacia.  Habían ofrecido unas condiciones favorables a las poblaciones locales, profundamente disgustadas con la política religiosa del gobierno imperial.  Las condiciones musulmanas garantizaban, siempre que se pagasen los tributos acostumbrados, que estas poblaciones, como "gentes del libro" y por ello toleradas por el Islam, disfrutarían de autonomía bajo sus propios jefes religiosos, en su mayoría monofisistas y no ortodoxos.  En tiempo de las conquistas parece que, desde el punto de vista religioso, las provincias más ricas del imperio romano estaban satisfechas con el cambio de régimen.  El califa Omar (633-634) dejó sentados los principios necesarios para la administración de aquel inmenso e inesperado imperio y para mantener a sus generales bajo custodia.  Se instaló al ejército en campamentos base, al objeto de mantenerlos alejados de las poblaciones locales y de conservar su pureza incontaminada.  Ni siquiera se les permitió retener o cultivar tierras fuera de la península arábiga, ya que en los territorios conquistados tenían el monopolio y la carga de los deberes militares.

6/9/12

SAN GREGORIO MAGNO Y LA TRANSFORMACIÓN MONÁSTICA DE LA IGLESIA CATÓLICA (III)

El carácter original de la inspiración monástica no tenía nada que ver con la predicación del evangelio. Parece que el cambio que sufrió la institución en la Galia fue el resultado de la irrupción en ella de monjes irlandeses.  La iglesia irlandesa propiamente dicha se había originado en el siglo V con la predicación del obispo Patrick, pero Irlanda no tenía gobierno romano (nunca lo tuvo) ni tampoco ciudades.  En el siglo VI los monasterios ya se habían convertido en los puntos locales de la vida espiritual irlandesa, adaptados tanto a la vida en el campo como a la organización tribal de la sociedad irlandesa.  No es tarea fácil establecer fechas para los monasterios irlandeses, pero es probable que, antes de que naciera Columbano, ya se hubieran creado algunas comunidades.  Cuando él abandonó Irlanda para llevar una vida de "peregrinaje" continuo o para ir de un lado a otro como una fase más de su ascetismo, el monaquismo irlandés había eclipsado completamente la institución episcopal original.  Lo que mas impresionó a las huestes continentales fueron las cualidades ascéticas y la disciplina espiritual de los irlandeses, si bien la cristiandad gálica no sucumbió a todas las innovaciones irlandesas. Los irlandeses formaban parte de un sistema que ya había previsto las dotaciones reales destinadas a algunos grandes monasterios, como la casa de Clodoveo llamada Sainte Geneviève, en París.  Los nuevos monasterios del siglo VII no estaban establecidos en lugares relacionados con el culto a los santos, si bien con el paso del tiempo sus fundadores se hicieron santos famosos, como Saint Philibert (que murió en el año 685), fundador de la abadía de Jumièges.  Los guardianes monásticos de sus reliquias alentaban, como es natural, las devociones populares  dedicadas a estos sepulcros, con lo que los monasterios se enriquecían y adquirían fama y poder.  
El rey Dagoberto construyó o remozó un monasterio para el apóstol de los galos en Saint Denis, cerca de París, al objeto de establecer unos vínculos personales con el pasado romano de Neustria y para tener allí su propia tumba. El monasterio de Fleury, fundado en el 672, robó el cuerpo del célebre San Benito del abandonado Montecassino antes del 705.  Por aquel entonces se había hecho indispensable contar con unas reliquias para prestigiar al centro monástico.  Sin embargo, el patrocinio de los reyes y la popularidad de los santos y sus cultos contribuyeron a dar a los monjes un nuevo puesto en los asuntos de la Cristiandad.  Los monjes, como grandes terratenientes que eran, eran responsables de llevar adelante la labor de conseguir nuevas tierras para su cultivo.  Hay dos casos muy diferentes que demuestran la importancia de su influencia en la sociedad del siglo VII: títulos que revelan que fueron beneficiarios de donaciones que les hicieron propietarios de extensos territorios y vidas de santos que nos dan un atisbo de las creencias religiosas populares de la época.
También en Inglaterra encontramos misioneros galos; en East Anglia a Félix de Borgoña y al franco Agilberto entre los sajones occidentales.  Pero en Inglaterra se combinó la influencia de las iglesias romanas e irlandesa y produjo en Northumbria una cultura cristiana que nos es especialmente conocida gracias a los manuscritos iluminados que se han conservado y a las muchas obras de Beda el Venerable (673-735).  Beda, en su calidad de monje erudito más distinguido de la época del oscurantismo, demostró en el 700 de lo que era capaz el monaquismo.  En su Historia Eclesiástica de los Ingleses se ocupa sobre todo de los monasterios y conventos de monjas ingleses, pero de paso revela también la atracción que ejercía el estado monacal sobre muchas personas de sangre real.  En la Historia de Caedmon cuenta que el monasterio de Whitby acogió a un poeta popular que escribió en lengua vernácula y que sirvió a Dios como la iglesia católica continental ni siquiera podría haber soñado.  Como estudioso que había tenido acceso a la literatura culta de su tiempo procedente de Irlanda, España, Galia y Roma, Beda no se contentó con destilar  enseñanzas únicamente para sus alumnos monásticos, sino que hizo traducciones vernáculas del evangelio y explicó que los efectos de la conversión inglesa fueron muy diferentes para la cultura popular que en la Galia.  En la Inglaterra cristiana alguien se molestó en escribir el poema Beowulf, levantando con ello una esquina de aquella cortina que el cristianismo había mantenido siempre corrida sobre el paganismo.  En Inglaterra, el cristianismo estableció sus centros de acuerdo con las circunstancias políticas de la época y no, como en la Galia, en las ciudades romanas que habían sobrevivido.  Esta capacidad para mantener contacto con su verdadero público es demostrativa de las virtudes del primitivo monaquismo para la sociedad bárbara.